"El detective tiene que pasar por un té verde para acomodar sus ideas, la cocacola nunca le ha gustado y el café le destruye el estómago".
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Tomas el control remoto y presionas power. Comienzas con el zapping. La camada de conejos que sufre una escena de violencia intrafamiliar. Un jardinero emo le corta la cabeza a la figura de un Pokemón formada con un arbusto. La sociedad secreta que se reúne para planear algún otro nuevo orden mundial. Un hámster comiendo una palomita de maíz sobre el piano. Un artista de lo efímero crea siluetas con su propia orina. Un grupo de personas espía al único sujeto que puede estar detrás de una pantalla iluminada. Los cavernícolas contemplan el fuego por primera vez. Un detective da un largo trago a su té verde. Una ciudad entera se queda sin televisión de la noche a la mañana.
El mal burgués de Rubén Cantor es un viaje, saltando de canal en canal de cable, a través de la ciudad de Caradura, en compañía del Detective, quizá el único que puede resolver el misterio de la desaparición de las televisiones. Nos encontramos con un mix de comedia antigua, novela detectivesca a la hardboiled, “deux ex machina” de tragedia clásica y un divertido y agridulce collage de incontables referencias a la cultura pop, incluyendo el cine y la televisión, piedra angular de la historia. Si disfrutas encontrar la verdad incómoda que se esconde detrás de un buen chiste, toma el control remoto y sintoniza El mal burgués: misma hora, mismo canal.
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Rubén Cantor. Con tres días en un periódico tuvo para darse cuenta de que eso no era lo suyo.
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